En el calendario laboral el mes de descanso por excelencia es agosto: cierran las tiendas, los bares, las secretarías, los talleres… y hasta las iglesias cierran por vacaciones. Igualmente la actividad cofrade cesa porque el calor no es un buen acompañante de la cera ni de las flores. Si no, fíjense en la postura acomodada y graciosa que adoptan las reblandecidas velas de la capilla de la Virgen de los Dolores en la Victoria, apoyadas en los estípites del retablo o inclinadas como muy devotas reverenciando al Sagrario. Igualmente el blanco es un color recomendado ya que refleja los rayos solares y alivia del calor, así se viste la Virgen de la Esperanza estos días en San Agustín.
Las mentes capillitas nunca descasan y suelen padecer un recalentamiento debido a las altas temperaturas que, acompañado de la desidia del verano y el exceso de horas de sueño provoca, sin embargo, un efecto contrario al de la inactividad.
A eso ayudan lugares con constantes referencias al mundo cofrade como las playas de Benalmádena o Torremolinos, donde observamos nombres muy apropiados del “santoral” mitológico como Tritón y Diana para sus urbanizaciones u hoteles, el humo de los espetos por el del incienso y esos paseos marítimos que ni la carrera oficial de Sevilla, la malagueña calle Larios o nuestra San Pedro en la mañana del Viernes Santo. Y además le unimos ahora un mp3 bien cargadito de discografía semanasantera y esos azulejos seriados que proliferan de la Virgen del Carmen o del Cautivo de Málaga.
Estamos en la piscina comunitaria de nuestro apartamento alquilado y es a la hora de la siesta cuando comenzamos a soñar: parece que sobre nuestra toalla nos traslada José de Arimatea y Nicodemus por el vaivén de la brisa que corre. El césped es el verde monte, sólo de lentisco, del paso de la Vera-Cruz de Jerez mezclado con otro de una Entrada en Jerusalén cualquiera por las altas palmeras que nos dan sombra. Los nazarenos tienen algo achatados sus capirotes, pareciéndose más a los típicos sombreros chinos, y el esparto, en vez de ceñirse a la cintura, conforma el material de esos singulares capirotes. Al instante estamos en Triana y los salvavidas naranjas nos remiten al que cuelga de la mano izquierda de la Esperanza de la calle Pureza. El paso en sí resulta difícil de asimilar por las grandes dimensiones de la piscina y esa enorme cantidad de agua que tanto nos repele a los cofrades. Pero al paso no le faltan sus candelabros de guardabrisas en las esquinas, de hierro elegantemente lacado en blanco con sus tulipas redondas muy propias de la Semana Santa del suroeste y levante peninsular. De repente, sentimos sobre nuestro cuerpo algo que nos detiene justo en el momento que avanzábamos al son de “Madrugá”. No es ni la petalada en Tía Mariquita ni comienza a llover en la Plaza España, si no que unos niños nos ha salpicado mientras juegan en la piscina, qué alivio.
Termina así un sueño, pero de nuevo será la risa y el alegre murmullo de los niños la que nos situará justo en la puerta de Santo Domingo, esperemos que pronto, en el comienzo de la verdadera Semana Santa, aunque para muchos nos cunda más de una semana ya sea soñando o despiertos.
Antonio Morón Carmona